jueves, junio 03, 2004

Balvanera, 27 de Septiembre de 2002


Estimado Ernesto


Muy lindo el anillo, pero enseguida que me lo puse se le despegó la piedrita de plástico y tuve que pegarla con la gotita Poxipol.
Lo llevaré conmigo por siempre como símbolo de nuestro compromiso inconmensurable.
Realmente me han impresionado tus peripecias, temo por tu vida y la de tus fieles hombres. Me siento impotente por no estar a tu lado, por lo menos cebándote unos mates, mientras por la tierra teñida de rojo, ruedan las cabezas de los opresores.
Pero, no sabés lo que es mi vida...

Esta mañana, fui a la pescadería y quisieron venderme besugo por gatuzo. Menos mal que me dí cuenta antes de pagar. Fue un momento horripilante. Nunca me había sentido tan mal, tan desamparada ante la ruindad de tanto ser inescrupuloso que pulula por estas tierras de dios.
Por otro lado, Daniel Montoly me vigila todo el tiempo. Ayer descubrí una mirilla oculta detrás del botiquín del baño. ¿Podés creerlo? Me espía mientras me baño o hago lo primero o lo segundo. También cuando me depilo o leo la Intervalo.
Por supuesto que ya le canté las cuarenta y él se puso tan mal y arrepentido que le brotaba gin tonic de los ojos. Me dió tanta lástima que tuve que perdonarlo e invitarlo al cine. La película era buena, pero no me acuerdo como se llama, aunque sí te la recomiendo.
Otra de las desventuras vividas es que se me ha roto el mouse (de allí mi tardanza para responderte)
Fue una verdadera pesadilla. Al principio parecía burlarse de mi angustia, dejándome la flechita del coso quieta como calma chicha. Luego descubrí que orientándolo hacia el sudeste la flechita del coso se movía en sentido noroeste.
Luego, maniobrando con la mano izquierda, todo andaba de perlas pero era difícil y extenuante. Cuando me cansaba y lo intentaba con la derecha, se empacaba como una mula.
Finalmente ayudé a mi derecha con el poder antigravitatorio de la izquierda y el animalito pareció comprender.
De todas maneras, al darme cuenta de que lo único que el mouse necesitaba era más cariño de mi parte, decidí darle un descanso, le compre una pecera y le puse un colchón de afrecho. Sobre el mismo, una ruedita a donde el pequeño es feliz haciendo sus ejercicios y yo mirandolo embelezada.
Te juro que lo quiero como al hijo que nunca tuve.
Si vieras lo bonita que decoré su casita con hojas de guatambú y cañas tacuara.

Queridísimo Ernesto: en cuanto la vida se me desenvaine un poco, prometo que iré a visitarte y, de paso te llevaré una porción de pastafrola y un collar de caracolas que he guardado para vos.¡Qué lindo que es el amor, ventana al río, trabajo al sol!

tuya.


Daniela Susana Ferro de Montoly

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