martes, junio 08, 2004

Ramadam Zalazamba, October 10, 2002


AmaDaniela:

          Estoy a punto de morir por tu silencio epistolar, me desangro al pensar en qué negras viscicitudes te encontrarás envuelta que no me escribes.
Una palabra, dame una palabra, dame en simples letras una hebra ínfima de tu corazón que para mí será como una madeja inconmensurable de sentimientos.
Aquí las cosas se han calmado un poco, pero no tanto. Han terminado las hostilidades con una vistoria aplastante de mis huestes sobre el despiadado ejército de Terrón Polorto. A punto estuve de matar al asesino, pero se me escapó por la tangente. Al respecto, te cuento que en la última batalla nos enfrentamos duramente, al verlo cara a cara tuve un poco de miedo, pero me sobrepuse y le pregunté:
-¿Terrón?
-Polorto -me contestó el hotentote con una voz cavernosa aunque algo aflautada.
-¿Con qué? -me atreví a preguntarle envalentonado.
Entonces él se quitó el peto mostrando unos pectorales finamente trabajados, diría yo que hasta parecían un extraordinario par de tetas y me quedé anonadado. Él sin inmutarse y echando mano al cinturón que sostenía su guardapicha giró sobre su eje ofreciéndome tentadoramente la espalda, debo confesar que lucía unos glúteos encantadores y unas gambas espectaculares, su delgada cintura realzaba sus formas redondeadas. Tanta fue mi sorpresa, que me quedé absorto observando esa posterioridad desnuda y anhelante. Pero cuando se quitó el protector, volvió a girar y me mostró su armamento. Era algo descomunal, una cosa que nublaba la visión. Los soldados de uno y otro bando que aún continuaban trenzados en lucha, arrojaron sus cimitarras y alfanjes sin lograr sustraerse a ese cuerpo que vibraba desnudo sobre las arenas manchadas de sangre.
-¡Eres un asqueroso travesti! -exclamé lleno de ira.
En ese momento, la tararira levantó la cabeza y me miró con unos ojos inyectados en sangre. No tuve que pensarlo demasiado, me largué a correr desesperadamente al grito de "no me peguen, soy Tomate"
La bestia corrió enfurecida detrás de mi, y yo sentía el aliento fétido en mi nuca mientras pensaba que hubiera preferido morir envenenado o de tristeza que sufrir el oprobio supremo del ensartamiento.
Pero la diosa fortuna me sonrió una vez más y pude ver que el muy idiota se pisó el elemento y cayó de bruces, los soldados que corrían en pos de nosotros se abalanzaron sobre él y no logré ver nada más porque no dejé de correr durante tres días con sus respectivas noches.
Al volver al campo de batalla, busqué el cadáver pero no lo encontré. No había nadie vivo en los alrededores, entonces vi que en mi fortaleza brillaban luces y se escuchaba música. Hacia allí me encaminé exhausto y sin aliento, lo cual me favoreció, porque los cadáveres que yacían por doquier ya comenzaban a exhalar el tufo característico de la pudrición y el abandono. Del polvo venimos y al polvo vamos, alcancé a decir antes de entrar a la fortaleza que se había convertido en una vulgar bailanta.
Con alivio pude comprobar que mis hombres (o la mayoría de ellos) estaban en perfectas condiciones físicas y morales y se encontraban celebrando la victoria. Al ver sus caras sorprendidas cuando me vieron, comprendí que también celebraban mi desaparición, de modo que convoqué a una urgente reunión en la mesa redonda. Mi primer mandato fue hacer degollar a todos los soldados por insurrectos, pero los guachos me lo vetaron y me quedé recaliente.
Mi segundo mandato fue hacer quemar la mesa redonda pero tampoco estuvieron de acuerdo, después me mandaron a ver si llovía y conspiraron en mi contra. Temo que Terrón Polorto los haya conjurado y que me traicionen arteramente.

Como verás por lo que te cuento, amada mía, mi vida es un constante fluir oleaginoso. Pura rutina achatada y sin aristas filosas.
Necesito que me escribas y me cuentes tus cuitas que seguramente son dantescas.

Te amo y te necesito.


Ernesto Mate

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